El Estanque de Jade era la única fuente termal dentro del palacio. Se decía que un antepasado imperial lo había mandado construir para agradar a su concubina favorita; más tarde, ese gesto de lujo fue duramente criticado, y el estanque nunca volvió a ser renovado.
Aun así, seguía siendo un lugar de una belleza deslumbrante, reservado solo al emperador y a la emperatriz.
El “emperador” casi nunca lo había usado, y Jiang Xu, que apenas acababa de recordarlo, lo visitaba por primera vez.
Al llegar, descubrió que, pese a su abandono, las doncellas lo mantenían limpio y ordenado.
“Basta con que esté en condiciones”, pensó. Ordenó a las sirvientas esperar afuera. Como llevaba ropa sencilla, se desvistió sin ayuda y entró en el agua.
El calor del manantial envolvió su cuerpo, y sintió que el cansancio acumulado por días se disolvía poco a poco.
A su lado estaban los frascos con aceites y jabones preparados para su baño, junto con un cambio de ropa limpia.
Desde hacía un tiempo, prefería bañarse sola.
Al principio no le importaba que las doncellas la atendieran, pero desde que había empezado su relación tirante y confusa con Ji Ruyu, algo dentro de ella se había vuelto reacio a los toques femeninos. No sabía explicarlo del todo; lo atribuía a las cicatrices que aquella mujer le había dejado, no solo en el cuerpo, sino también en la mente.
Jiang Xu se aplicó la loción perfumada y volvió al agua para enjuagarse. Cuando la incomodidad entre sus piernas la hizo fruncir el ceño, recordó que aún no había limpiado esa parte.
Era una rutina normal… pero esa vez, al rozar los pétalos más sensibles con la punta de los dedos, un estremecimiento diferente recorrió su cuerpo. Se detuvo, el rostro ligeramente encendido.
Quizás, pensó, su cuerpo se había vuelto demasiado sensible después de tantas provocaciones.
“Solo lávate y ya está”, se dijo, intentando mantener la compostura. “Lávate y vete.”
Pero entonces recordó la mirada insolente de Ji Ruyu, sus juegos, su insistencia, su deseo de verla rendida.
No, no le daría ese poder. No se dejaría dominar ni física ni emocionalmente.
Mientras pensaba eso, sin darse cuenta, sus dedos se movieron de nuevo, más adentro.
Le vino a la mente una imagen que la hizo contener la respiración: Ji Ruyu, frente a ella, tocándose a sí misma aquella noche. Recordó el movimiento de su mano, la expresión de su rostro. Entonces lo entendió: una mujer también podía satisfacer su propio deseo, sin depender de nadie.
Si lograba hacerlo sola, Ji Ruyu perdería todo control sobre ella.
Decidida, dejó de contenerse.
Exploró su propio cuerpo torpemente, imitando los movimientos que recordaba, y poco a poco fue encontrando el ritmo, el punto exacto que la hacía temblar. Su respiración se volvió irregular, y un gemido suave escapó de sus labios.
El calor la envolvía. Su cuerpo se arqueaba con cada movimiento, cada vez más cerca de algo desconocido y placentero, aunque aún sin dominio completo de sí misma.
Sabía que Ji Ruyu conocía su cuerpo mejor que ella misma, y ese pensamiento le irritó. La rabia se mezcló con el deseo, y su respiración se volvió más rápida, sus movimientos más desesperados.
Solo un poco más… un poco más…
Sus ojos se nublaron, el placer al borde de desbordarse.
Y entonces, justo antes de alcanzar el clímax, una voz burlona resonó a su espalda.
—Ah… con razón pensé que había una gata en celo por aquí.
El cuerpo de Jiang Xu se paralizó, la mano entre sus piernas quedó inmóvil. El instante previo al alivio se rompió como un hilo tenso.
—Así que eras tú, cuñada imperial.
Jiang Xu giró bruscamente. Ji Ruyu estaba de pie junto al borde del estanque, inclinada hacia ella, tan cerca que podía sentir su aliento.
En su rostro se dibujaba una sonrisa cargada de malicia. Su mirada, oscura y brillante, se cruzó con la suya, y el corazón de Jiang Xu se desbocó.
—¿Tú… tú qué haces aquí? —preguntó Jiang Xu, y al oír su propia voz, se dio cuenta de que la lengua se le trababa. Retrocedió un paso y hundió todo el cuerpo bajo el agua.
Ji Ruyu la observó. Jiang Xu tenía el cabello negro y mojado cayéndole sobre los hombros, el rostro desnudo de maquillaje y la piel brillante, perlada por las gotas que se deslizaban por su cuello. No sabía si era por el vapor o por lo que acababa de hacer, pero en sus mejillas persistía un rubor que no podía pasar desapercibido. Su expresión, entre la sorpresa y el pánico, hacía que la escena fuera aún más provocadora.
—Pura como un loto que brota del agua —comentó Ji Ruyu con una sonrisa ladeada—. Una belleza natural, sin artificios. Es una pena que esa hermosura solo pueda admirarla yo, esa persona a la que tanto desprecias, ¿no crees, cuñada?
Jiang Xu, al verla también vestida con ropas ligeras y femeninas, comprendió que no había sido una casualidad. Había ido allí con toda intención. Probablemente cada uno de sus movimientos estaba bajo vigilancia, y las doncellas ya habrían corrido a informar.
Su rostro se endureció.
—No necesito que nadie me admire. Sal ahora mismo.
Ji Ruyu rió suavemente, sin contestar. Metió la mano en el agua para probar la temperatura, y ese simple gesto bastó para que Jiang Xu se tensara.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó con voz alerta.
Ji Ruyu levantó la mirada y respondió con calma:
—Lo mismo que vino a hacer la emperatriz: bañarme.
Jiang Xu sintió cómo el rubor regresaba a su cara.
Ella había venido a bañarse, sí… pero ahora, con Ji Ruyu allí, todo lo ocurrido hacía un instante le parecía insoportable.
—Entonces perfecto —dijo, tratando de mantener la compostura—. Ya terminé. Te dejo el lugar.
Solo quería marcharse cuanto antes. Pero enseguida se dio cuenta del problema: ¿cómo iba a salir del agua y vestirse con ella ahí?
Ji Ruyu, por supuesto, también lo había notado. No se movió ni un paso, apoyó la barbilla en la mano y se quedó mirándola, con la paciencia de quien espera que la presa haga el primer movimiento.
—Sal tú primero —dijo Jiang Xu, irritada.
—No puedo —replicó Ji Ruyu con expresión inocente—. No he cambiado de rostro, y entrar aquí fue difícil. Si alguien me ve paseando por el estanque del palacio, ¿no causaría eso un escándalo?
“¿Y no fue precisamente por eso que entraste?”, pensó Jiang Xu, exasperada. Aquello era una excusa tan descarada como evidente, pero no tenía cómo refutarla.
No podía salir desnuda frente a ella, y tampoco podía quedarse compartiendo el baño.
Entonces Ji Ruyu, en lugar de esperar más, se puso de pie y empezó a desnudarse.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Jiang Xu se quebró de la sorpresa, y retrocedió unos pasos en el agua.
Ji Ruyu sonrió con calma.
—Voy a bañarme, ¿qué más? Si ya terminaste, puedes irte. No querrás negarme el derecho a usar el estanque, ¿verdad?
Hablaba con una serenidad tan natural que resultaba aún más provocadora. Sus manos no dejaron de moverse; las prendas se deslizaron, una a una, hasta que Jiang Xu, sonrojada, se giró para no verla.
No podía. No soportaba exponerse ante ella, y mucho menos verla de ese modo.
Decidió esperar. Que Ji Ruyu se bañara primero; luego, cuando se fuera, ella saldría.
El estanque era grande. Bastaría con mantenerse lejos.
Jiang Xu se desplazó hacia el extremo opuesto. Solo cuando escuchó el sonido del agua al ser agitada por otra presencia, se atrevió a girar de nuevo.
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