Jiang Xu sentía la palma de la mano ardiendo; aún le temblaba levemente después de haberle soltado aquella bofetada.
Pero Ji Ruyu actuaba como si nada…
¿¡Tenía la cara tan dura como para no inmutarse!? ¡Jiang Xu se moría por darle otra!
Pero al verla reírse como si estuviera disfrutándolo —con esa sonrisa descarada y resplandeciente—, empezó a sospechar que, si le daba otra bofetada, solo conseguiría que la disfrutara más.
¡¿Cómo podía existir alguien tan sinvergüenza en este mundo?!
Por primera vez, Jiang Xu se sintió realmente enfadada. En ese instante comprendió cuán tranquila había sido su vida en sus veintiséis años anteriores. Si se hubiera topado con alguien como Ji Ruyu antes… probablemente habría muerto de un infarto aún más temprano.
Esa mujer no mostraba ni un atisbo de arrepentimiento. Al ver que Jiang Xu no levantaba más la mano, se limitó a arquear las cejas con fingida inocencia, aunque sus ojos dejaban ver una pizca de inquietud.
De pronto, Ji Ruyu dio un paso adelante y, con una sonrisa cálida, tomó la mano de Jiang Xu entre las suyas.
Le abrió suavemente la palma, y como esperaba, vio la marca roja que ella misma se había ganado con la bofetada.
Jiang Xu la miró, sin saber a qué venía ahora ese gesto.
Ji Ruyu acarició con delicadeza la piel inflamada y preguntó con voz suave:
—¿Te duele?
¡¿Y esta a la que acababa de abofetear ahora se preocupaba por ella?!
Jiang Xu no podía seguirle el ritmo mentalmente; solo quería zafarse de su mano. Sin embargo, Ji Ruyu le sujetó la muñeca con firmeza, sin dejarla ir.
Apretó los labios y se acercó con paso decidido. En un abrir y cerrar de ojos, sus rostros estaban casi pegados, sus narices a punto de rozarse. El aliento cálido de Ji Ruyu le tiñó las mejillas a Jiang Xu de un leve rubor.
Sus miradas se encontraron. Bajo la sorpresa de Jiang Xu, Ji Ruyu esbozó una sonrisa y dijo con tono juguetón:
—La cuñada imperial es una delicada dama de familia noble… apuesto a que jamás le ha puesto una mano encima a nadie, ¿me equivoco? Antes de mí, ¿alguna vez fuiste tan ruda con alguien más?
¡¿No solo no se avergonzaba, sino que encima lo decía con orgullo?!
Jiang Xu estuvo a punto de reírse… de lo absurdo del momento.
—Alguien tan descarada como Su Alteza es, sin duda, una rareza en este mundo. ¡Jamás he conocido a otra persona igual!
—¡Jajajajajaja!
Ji Ruyu soltó una carcajada sin ninguna contención.
—Cuñada, no sabía que cuando te enfadabas te volvías tan adorable…
A Jiang Xu no le hizo ni la más mínima gracia. Mantuvo la guardia alta, mirándola con seriedad.
De pronto, Ji Ruyu le levantó el mentón con un dedo, con la mirada ligeramente enturbiada.
—¿Estás sola en tu gran habitación, cuñada? ¿Te sientes vacía por las noches? En vez de conformarte con mi inútil hermano, ¿por qué no vienes conmigo? Tengo muchas formas de hacerte sentir mejor que cualquier inmortal…
¡Y lo decía tan campante, sin inmutarse!
Jiang Xu se sonrojó y, enfadada, empujó a la otra mujer con fuerza.
—¡¿Ji Ruyu, es que no tienes vergüenza?!
Ji Ruyu se tocó la mejilla, sonriendo con picardía.
—Estaba a punto de decir que no… pero pensándolo bien, esta cara mía puede que sea lo único que valga la pena ante los ojos de mi cuñada. Mientras no te canses de verla, creo que todavía no puedo deshacerme de ella.
Jiang Xu estuvo a punto de responder con sarcasmo—¿acaso ella era alguien que se dejaba deslumbrar por una cara bonita?—pero justo entonces comprendió: Ji Ruyu se refería al rostro que compartía con su hermano, el emperador.
A ella no le interesaba en lo más mínimo ese hombre que yacía como un vegetal, pero… esas palabras, por muy ciertas que fueran, no eran algo que una emperatriz pudiera decir abiertamente.
Además, ¿qué necesidad tenía de explicarse con Ji Ruyu?
Jiang Xu le dirigió una mirada fría, ya sin ánimos de seguir enredándose en ese absurdo intercambio.
—¡Haz lo que quieras! —espetó, girándose para marcharse.
Ji Ruyu la observó alejarse, con la mirada oscurecida y profunda.
[En el Palacio Weiyang]
—Su Majestad, este tónico es para que recupere fuerzas. No puede seguir tirándolo a escondidas solo porque es amargo… Mandé a preparar unos dulces de miel para que le sea más fácil tomarlo. —anunció el eunuco jefe, Fang Gonggong, presentándole una bandeja con la medicina y una porción de dulces.
Por lo visto, la Jiang Xu original no cuidaba tanto de su cuerpo como ella. A menudo se negaba a tomar el medicamento solo por su sabor amargo.
Lo que la original no sabía… era que tener una enfermedad que se puede curar con medicina es una bendición.
Bajo la mirada sorprendida de Fang Gonggong, Jiang Xu tomó la taza y se bebió el tónico de un solo trago.
El tono de voz de Gonggong Fang se volvió incluso más agudo de lo habitual, producto de la sorpresa.
—¡¿Su Majestad, no va a querer los dulces de miel?!
Jiang Xu dejó el cuenco vacío sobre la mesa y se limpió la comisura de los labios con un pañuelo.
—No hace falta.
Debía recuperarse. Vivir bien. Prepararse para una larga guerra contra esa mujer llamada Ji Ruyu.
…
[A la noche siguiente, en el Palacio Changle]
—Tu padre me buscó tras la corte esta mañana para ofrecer disculpas —comentó Ji Ruyu a la consorte Li, con una sonrisa ambigua—. Dijo que me había descuidado en muchas ocasiones. Parece que seguiste mi consejo y le hablaste con sinceridad al escribirle. Tener una hija tan devota… es una bendición para él.
Ji Ruyu sonreía sin sonreír, como si todo fuera un juego.
La consorte Li forzó una sonrisa y bajó la cabeza, sintiendo un sabor amargo en los labios.
Ella creía estar ayudando al emperador, cargando parte de su carga, pero él solo hablaba de su “piedad filial”. Nada sobre su esfuerzo o su entrega…
Había sido una joven ingenua, con sueños y afecto. Pero cuanto más tiempo pasaba a su lado, más comprendía que, para este soberano encumbrado, las mujeres del harén no eran más que piezas para equilibrar los asuntos de la corte. Antes había sido la noble consorte Liu su favorita, y aun así la confinó sin pestañear. En cambio, últimamente, parecía prestar especial atención a la emperatriz…
—Su Majestad…
La vieja nodriza le susurró algo al oído, sacando a la consorte Liu de sus pensamientos. Al volver en sí, su rostro se tornó pálido como el papel.
Al otro lado, Ji Ruyu ya se había puesto de pie.
—Se hace tarde. Querida, ve a descansar temprano. Yo aún tengo algunos asuntos de estado que atender.
La nodriza le lanzó una mirada severa a la consorte Li. Ella, sobresaltada, se apresuró a levantarse, levantó la copa de vino con manos temblorosas y, con voz insegura, dijo:
—Majestad… la noche es fresca… ¿por qué no bebe un poco de vino para entrar en calor?
Ji Ruyu entrecerró los ojos ante aquella actitud temblorosa, y de reojo observó a la vieja nodriza que estaba a su lado, encorvada, con el rostro agachado como buena esclava sumisa.
—Muy bien. Qué considerada mi consorte —dijo con una sonrisa.
Tomó la copa de las manos de la consorte Li, y su semblante se volvió aún más lívido.
Ji Ruyu fingió no notar nada. Sostuvo la copa finamente labrada con sus largos dedos y la acercó lentamente a los labios, aspirando con discreción el aroma.
Mientras observaba con atención las expresiones de ambas, bajo sus miradas nerviosas, se la bebió de un solo trago.
La vieja nodriza exhaló con alivio. La consorte Li también pareció relajarse un poco.
Ji Ruyu dejó la copa sobre la mesa y soltó una carcajada.
—¡Jajaja! Buen vino, buen vino. Gracias por tu hospitalidad. Si no hay nada más, me retiro.
—¡¿Majestad?!
El rostro de la consorte Li se desfiguró de pánico al tratar de detenerla, pero Ji Ruyu se marchó a grandes zancadas sin siquiera voltear.
Apenas salió de la sala, la consorte Li se desplomó al suelo, las piernas sin fuerzas.
La vieja nodriza no se lo esperaba. Finalmente, perdió la compostura.
—¿Cómo es que Su Majestad se fue justo después de beber? ¡Qué inútil, señora! ¡Ni aunque haya bebido el vino se dignó a mirarla!
—Si mañana el emperador decide investigar, recuerde decir que todo fue idea suya. ¡No arrastre a la familia Liu con usted!
—Ay… quién sabe cuál sirvienta tendrá suerte esta noche…
La consorte Li bajó la mirada, con lágrimas cayéndole por el rostro. Aunque siempre había sido débil y obediente, esta vez entendía que no podía seguir escuchando los planes de esa vieja nodriza.
Si ella se convertía en un peón descartable, y dejaba de serle útil a su padre, ¿cómo podría proteger a su madre? ¡Tenía que haber alguien que pudiera salvarla!
[Palacio Weiyang]
Esa noche, Ji Ruyu no había pedido compañía en ninguna residencia; al parecer, se quedaría en el Salón Yangxin, ocupada en “gobernar con diligencia y amor por el pueblo”.
Eso le bastaba a Jiang Xu para desentenderse. Sin más preocupaciones, se acostó temprano.
En la cámara nupcial, las brasas seguían ardiendo suavemente, iluminando con destellos rojos la oscuridad reinante.
Jiang Xu dormitaba plácidamente cuando, de pronto, sintió una respiración cálida y pesada rozarle el cuello. Un cosquilleo eléctrico le recorrió la piel, justo antes de escuchar una voz conocida, cargada de insinuación, susurrándole al oído:
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