“Una flor exuberante destila fragancia bajo el rocío;
en vano el amor apasionado de la noche deja el corazón destrozado”.
Jiang Xu estaba completamente empapada, con el peinado deshecho y el cuerpo exhausto de una forma que no sabía cómo describir.
Y la culpable, sin el menor remordimiento, volvió a acercarse.
—Cuñada, ¿te gustó? ¿Fui buena, verdad? —preguntó Ji Ruyu con descaro.
—……
Mientras hablaba, se inclinaba para darle un beso, como si buscara un mimo después del acto.
Jiang Xu, por fin incapaz de contenerse, alzó la mano y le dio una bofetada.
Ji Ruyu no esquivó, no se sabía si porque no tuvo tiempo o simplemente no le importó. Recibió la bofetada, que en realidad no tenía mucha fuerza.
—¡Desvergonzada!
Ji Ruyu se cubrió la mejilla, mirando incrédula a la mujer que tan rápido le daba la espalda. Hace un momento había estado tan cariñosa… pensó que, al menos, le dedicaría una mirada tierna. Pero no, la usó y la desechó como si nada.
Tal cual como se espera de su cuñada imperial.
—Si esto te parece bien, entonces apáñatelas sola.
Jiang Xu no podía soportar su mirada. Verla le recordaba todo lo que acababa de pasar.
Sin decir una palabra, se arregló la ropa con rapidez, dejándole claro a Ji Ruyu que, si quería aliviarse, tendría que hacerlo por su cuenta. Ella no volvería a involucrarse.. No pensaba ayudarla nunca más.
Luego escapó de la cama, corrió las cortinas y se refugió en la oscuridad, donde no tuviera que verla.
—¡Hmph! —Ji Ruyu infló las mejillas, molesta.
¡Así era ella! Esa cuñada imperial cruel e insensible, siempre actuando igual: primero le soltaba una bofetada y luego le ofrecía una caricia para compensar. Si de verdad fuera de hielo, como una muralla de hierro, sin mostrar la menor emoción, al menos sería coherente. ¡Pero no! Encima se las daba de preocuparse por ella, de tratarla con cariño…
Si tenía que arreglárselas sola, lo haría. Total, así había vivido todos estos años.
Jiang Xu, por su parte, se sentó a lo lejos, con el corazón hecho un lío. La luz tenue de la luna se filtraba por la ventana, perfilando su silueta con un brillo frío.
Intentó tranquilizarse, pero el cuerpo le temblaba, se sentía débil, y la garganta le ardía de sed.
De pronto, desde detrás de las cortinas de la cama, comenzaron a escucharse gemidos entrecortados. Jiang Xu se sobresaltó. ¡Ji Ruyu no pensaba disimular nada! O peor aún, ¡lo estaba haciendo a propósito para que ella la oyera!
Jiang Xu no pudo evitar que su mente divagara. La escena dentro del dosel volvía a reproducirse en su cabeza, imaginando exactamente qué estaba haciendo Ji Ruyu.
Se tapó los oídos con fuerza.
¿Por qué estaba pensando en eso?
¿Por qué pensaba en Ji Ruyu… tocándose?
Sentía los labios resecos, la boca pastosa. Tomó la taza que tenía sobre la mesa y se sirvió un poco de té frío y amargo de la noche anterior. Pese a su sabor desagradable, la calmó lo suficiente para beberla entera sin darse cuenta.
Cuando Ji Ruyu terminó, no le dirigió una sola palabra. Simplemente se fue.
Jiang Xu no se atrevió a acostarse en la cama y terminó durmiendo en el diván junto a la ventana, como pudo.
A la mañana siguiente, no llegó ninguna noticia de castigo para la consorte Li, lo que indicaba que Ji Ruyu realmente había decidido perdonarla.
La consorte Li fue personalmente a agradecerle a Jiang Xu. Ella aceptó el gesto, sin revelarle que en realidad le estaba agradeciendo a la persona equivocada.
Durante varios días seguidos, Ji Ruyu no volvió al harén. Estaba ocupada con asuntos de Estado. Al verla tan enérgica, Jiang Xu se tranquilizó: al parecer, el vino con afrodisíaco no había dañado su salud.
No sabía si era su imaginación, pero Ji Ruyu parecía estar evitándola a propósito. Antes, solía buscar cualquier excusa para acercarse. Ahora, al contrario, hacía lo posible por no verla.
Aunque, pensándolo bien… eso era lo mejor. Después de lo que pasó, Jiang Xu tampoco quería encontrarse con ella tan pronto.
Además, Ji Ruyu cumplía con su papel en el gobierno sin causar problemas, y no andaba metiéndose en líos con mujeres. ¿Qué más se le podía reprochar?
Pero la paz no duró demasiado. El emperador anunció un nuevo período de descanso.
En el Reino de Liang, el emperador era conocido por su fervor budista. Cada mes suspendía las audiencias durante diez días y se retiraba al templo Long’en, dentro del palacio, para rendir culto, sin recibir a nadie del exterior.
Sin embargo, a ojos de Jiang Xu, Ji Ruyu no tenía pinta de ser una creyente devota. Aquella costumbre probablemente no era más que una excusa: estaba agotada de fingir ser el emperador y se tomaba diez días libres cada mes para descansar.
Por suerte, en la corte nadie sospechaba. Todos creían firmemente en la fe del emperador, y en todos esos años, la farsa no había dejado cabos sueltos… o tal vez los ministros también agradecían el descanso.
Con Ji Ruyu fuera del palacio, a Jiang Xu le resultaba más difícil vigilar sus movimientos. Aun así, seguía siendo la emperatriz, y no le faltaban medios para enterarse de lo que pasaba más allá de los muros imperiales. Y lo que averiguó fue un verdadero escándalo:
¡La princesa mayor, Ji Ruyu, estaba preparando un fastuoso Banquete de las Cien Flores para elegir a las mujeres más hermosas de la capital y hacer que la sirvieran personalmente!
Apenas empezaba sus vacaciones y ya se le había ido todo de las manos. No podía controlar ni sus impulsos… ni su entrepierna.
Una conducta tan descarada y libertina no tardó en provocar la indignación de todos los ministros. Aunque no pudieran encontrar al emperador en sus días de descanso, igual presentaron sus quejas ante la emperatriz, suplicándole que pusiera orden.
Sin perder tiempo, Jiang Xu salió del palacio y fue directamente a la residencia de la princesa.
Pero al bajar del carruaje, los sirvientes le informaron que Ji Ruyu había enfermado de algo contagioso y no se atrevía a recibirla.
Una excusa, claramente. Ji Ruyu simplemente no quería verla.
El eunuco Fang estaba a punto de reprender a los sirvientes de la residencia de la princesa, pero Jiang Xu lo detuvo. Si Ji Ruyu no quería verla, forzar la entrada solo causaría un escándalo. Un enfrentamiento entre cuñadas, en plena residencia de la princesa y delante de todos… ¿para qué darle a la corte un nuevo motivo de burla?
Había otras formas de verla.
Jiang Xu ordenó a Fang que alquilara una habitación en una posada y se instaló fuera del palacio.
Aún faltaban tres días para el Banquete de las Cien Flores. Durante ese tiempo, Jiang Xu investigó con detalle todo el procedimiento del evento. Al tercer día, se disfrazó como una joven común y corriente y se dirigió a la residencia de la princesa para asistir al banquete.
Lo que no sabía… era que cada uno de sus movimientos ya estaba siendo vigilado por órdenes de Ji Ruyu.
Dentro de la mansión, la princesa mayor, vestida con un atuendo deslumbrante, se veía desbordante de belleza. Reclinada con desgano en una silla de respaldo inclinado, con aire lánguido, se llevaba una uva a los labios.
—¿Mi cuñada aún no ha vuelto al palacio? —dijo con una sonrisa perezosa—. Parece que está decidida a darme una lección. ¿Y si se aparece el mismo día del banquete para armar un escándalo?
Frente a ella estaba sentada una mujer vestida al estilo de los comerciantes del oeste: porte enérgico, atuendo sobrio y mirada aguda. Alzó una ceja con curiosidad.
—¿Y entonces? ¿La princesa ya pensó qué hará si Su Majestad la emperatriz decide interrumpir el banquete?
Ji Ruyu se quedó un instante en silencio. Sin querer, su mente volvió a aquella noche en el palacio… cuando los susurros íntimos se mezclaron con el calor compartido, y ambas se abandonaron al deseo.
Sus pestañas temblaron levemente al bajar la mirada, y en sus ojos se reflejó una sombra profunda.
—Si fuera como antes —dijo Ji Ruyu con una leve sonrisa irónica—, no dudaría ni un segundo en que mi querida cuñada, con los memoriales de los ministros en mano, vendría con todo el porte de la hermana mayor, alzando la cabeza y pavoneándose para reprenderme como si fuera su deber. Pero ahora… creo que ya no lo haría.
Solía burlarse de ella, llamándola hipócrita y altanera, pero no sabía en qué momento su imagen había cambiado. De pronto, en sus recuerdos, la emperatriz se había vuelto alguien serena, distante… y extrañamente pura.
Ji Ruyu negó con la cabeza y rió suavemente.
—Quizá solo estoy pensando demasiado. En cualquier caso, no te preocupes, no dejaré que arruine nuestros planes.
—Su Alteza, la emperatriz ha llegado —avisó una nodriza desde detrás del biombo.
—¿Oh? —Ji Ruyu cruzó una mirada con su acompañante. Esta alzó un hombro con una expresión burlona, como si se riera de su confianza ingenua.
Pero Ji Ruyu no mostró emoción alguna.
—¿Con cuánta gente vino?
—Ninguna. Su Majestad vino sola, vestida de forma sencilla, como si intentara colarse sin ser reconocida.
—¿Qué?
Ji Ruyu y su interlocutora se quedaron atónitas al mismo tiempo.
Había considerado la posibilidad de que su cuñada se diera por vencida, o incluso que viniera a armar un escándalo… pero jamás se le habría ocurrido que intentara colarse a escondidas en el banquete.
¿Una dama de tan alta cuna haciendo algo así?
¡¿De verdad pretendía infiltrarse en el Banquete de las Cien Flores… donde la princesa iba a elegir a su próxima favorita?!
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