—¿Desea Su Alteza que enviemos a alguien a detener a la emperatriz? —preguntó una sirvienta con cautela.
Ji Ruyu volvió en sí y sonrió con picardía.
—Ha venido disfrazada para evitar conflictos y no dar de qué hablar. Si ella me trata con cortesía, yo haré lo mismo.
La mujer vestida como comerciante extranjera la observó con curiosidad evidente.
—¿Y qué piensa hacer Su Alteza?
Pero Ji Ruyu le restó importancia.
—Eso ya no te concierne. Ve y ocúpate de lo tuyo, no interfieras en nuestros asuntos importantes.
La mujer se encogió de hombros, sin insistir más, y se despidió con naturalidad.
En cuanto se fue, Ji Ruyu dio instrucciones a una de sus doncellas:
—Lleva el traje de danza hú que trajo la señora Lan y entrégaselo a mi cuñada. Dile que todas las mujeres que participan en el Banquete de las Cien Flores deben vestir así. Ella es una dama criada entre paredes de jade, de seguro no soportará usar algo tan atrevido. Se retirará por su cuenta.
—¿Y si la emperatriz… realmente se lo pone? —preguntó la doncella, sorprendida.
Ji Ruyu se quedó un segundo en silencio, y luego soltó una carcajada, como si le resultara absurdo.
—Si en verdad se lo pone… finge que no la reconoces y déjala pasar sin más.
Todo era culpa de esa sirvienta, que le había sembrado una idea que no debería tener.
De pronto, sintió unas ganas inmensas de ver a su cuñada aparecer frente a ella, con aquel traje de bailarina hú, la cara sonrojada y los ojos esquivos.
……
—Señorita, debe ponerse esta ropa para poder participar en el Banquete de las Cien Flores —dijo la doncella, bloqueando el paso de Jiang Xu mientras sostenía una prenda entre sus brazos.
Jiang Xu solo necesitó una mirada para entender que esa ropa, una prenda de gasa roja bastante reveladora, distaba mucho de ser algo “decente”.
¿Todas las mujeres que asistían al banquete debían vestir así? No cabía duda: Ji Ruyu era escandalosamente libertina. Ahora entendía por qué los ministros cercanos al trono estaban tan furiosos.
Sin embargo, como mujer moderna, Jiang Xu no creía que el atuendo de Ji Ruyu pudiera ser tan provocador. ¿Acaso sería más atrevido que los conjuntos de lencería actuales?
Para ella, no dejaba de ser solo una prenda más.
—De acuerdo, ¿dónde me cambio?
Con toda tranquilidad, Jiang Xu tomó la ropa sin inmutarse.
La doncella se sorprendió un instante, pero enseguida recuperó la compostura. Con respeto, la invitó a entrar a la residencia y la condujo hasta una habitación lateral.
—Permítame que la ayude a cambiarse —ofreció con cortesía.
Jiang Xu no se negó. Mientras dejaba que la doncella se ocupara del vestido, no pudo evitar pensar con cierta sorpresa que, para lo desenfrenada que era Ji Ruyu, sus sirvientes trataban a una plebeya sin título ni poder con una amabilidad y deferencia inesperadas. No se parecían en nada a los criados altaneros que uno imaginaría bajo su mando. Era algo digno de destacar.
—Señorita… la ropa está puesta.
La doncella la observaba con los ojos muy abiertos, y de pronto, su rostro se tiñó de rojo. Desvió la mirada con vergüenza, sin atreverse a mirarla de nuevo.
Intrigada por su reacción, Jiang Xu se acercó al espejo de bronce.
En el reflejo vio a una joven de cabello largo hasta la cintura, cubierta por un velo rojo decorado con hilos dorados. En la frente, colgaba una joya de jade redonda y translúcida que parecía muy valiosa.
Y entonces comprendió por qué la doncella se había sonrojado.
El atuendo era el de una bailarina hú: en la parte superior llevaba algo que, para Jiang Xu, no era más que un top corto que dejaba el vientre al descubierto. Pero para alguien de esa época, con tanto de su piel al aire, era algo impúdico.
La falda roja era de gasa traslúcida, sin pantalones debajo, y tenía aberturas laterales. Al caminar, sus piernas se asomaban de forma sugerente… como para escandalizar a cualquiera en esa era.
Llevaba campanillas de oro en las muñecas y los tobillos, que tintineaban con cada movimiento. Si se pusiera a bailar con eso, seguramente sería hipnótico.
Ji Ruyu, esa mujer… sabía muy bien cómo darse sus placeres.
Pero las joyas y el oro del vestido eran auténticos. Si a todas las asistentes al Banquete de las Cien Flores se les entregaba un atuendo como ese, la inversión debía de ser considerable.
Jiang Xu miró el velo que descansaba sobre la mesa y, con calma, se lo colocó en el rostro.
Perfecto. Así no tendría que preocuparse por disfrazarse demasiado; bastaría para que Ji Ruyu no la reconociera de inmediato.
—¿Puedo ir al banquete ahora? —preguntó con voz serena.
La doncella tardó un momento en reaccionar, sorprendida por lo tranquila que sonaba. ¡¿La emperatriz se había puesto esa ropa escandalosa y no mostró ni un atisbo de vergüenza?! ¿Y realmente estaba bien dejarla asistir al banquete así como así, tal como había ordenado la princesa?
Aunque seguía dudando, la doncella tenía órdenes claras de Ji Ruyu, así que no le quedaba otra que obedecer.
—Sí, ya puede ir al banquete. Por favor, sígame.
Guiada por la doncella, Jiang Xu abandonó la habitación y se dirigió al lugar del evento.
Mientras recorrían los pasillos del palacio de la princesa, atrajo más de una mirada. Pero ella caminaba con total naturalidad, como si nada la perturbara.
La celebración era de un lujo deslumbrante. Había canales de agua con copas flotantes, música de instrumentos de cuerda y viento entrelazándose en el aire… y, sin embargo, Jiang Xu no veía a ninguna otra mujer vestida como ella, lo cual le pareció extraño.
—Señorita, por favor forme fila aquí. Cuando sea su turno, podrá entrar —indicó la doncella.
Jiang Xu la detuvo con rapidez.
—¿Para qué es esta fila?
—La princesa organiza este banquete para elegir entre las bellezas de la capital. Aquella que llame su atención… podrá convertirse en su compañera de alcoba.
Jiang Xu sintió que estaba a punto de desmayarse. ¡Ji Ruyu! ¡Esa mujer no tenía límites!
—¿Cuántas va a elegir? —preguntó, conteniendo la indignación.
—Depende del humor de Su Alteza —respondió la doncella con naturalidad.
—……
Ni siquiera hacía falta verle la cara. A través del velo, se notaba que el rostro de la emperatriz se había puesto completamente lívido. La doncella, al percibir el cambio de ánimo, se despidió apresurada y se alejó como si escapara de una tormenta.
Jiang Xu miró la interminable fila de jóvenes delante de ella. A ese ritmo, para cuando lograra ver a Ji Ruyu, probablemente ya habría compartido el lecho con quién sabe cuántas de ellas.
¡No! ¡En este momento no podía andar con delicadezas ni principios!
Tomó una decisión.
—¡Permiso!
Y sin más, empezó a abrirse paso entre las chicas. No tenía tiempo de cuestionarse por qué era la única vestida con ese traje revelador. Lo cierto era que, al verla, todas se apartaban como si ella fuera una plaga, aterradas de estar cerca.
Jiang Xu no lo entendía. ¿No venían todas a competir por el favor de la princesa? ¿No era este el gran acto de rebeldía contra las normas del decoro? ¿Por qué entonces se escandalizaban más que una abuela del clan?
De ese modo, logró llegar hasta el frente de la fila sin que nadie osara detenerla.
—¡La siguiente tanda, diez personas! —anunció una sirvienta.
Jiang Xu, junto a otras nueve chicas, fue conducida al majestuoso salón principal.
Apenas entró, sus ojos se encontraron con una figura familiar. Ji Ruyu estaba reclinada con elegancia sobre una silla larga, el cuerpo girado levemente, mientras dos doncellas a cada lado le abanicaban con esmero, rodeándola con una reverencia casi sagrada.
Era la primera vez que Jiang Xu veía a Ji Ruyu vestida como princesa.
No era aquella joven relajada y espontánea que conocía en privado, ni la versión solemne y contenida que asumía como emperador. La mujer ante sus ojos desbordaba una belleza deslumbrante, tan brillante y arrogante como el sol al mediodía. Cegadora. Inaccesible. Irresistible.
……
Ji Ruyu distinguió de inmediato a su cuñada entre la multitud.
¡Ella…! ¡¿De verdad había entrado con ese atuendo?!
Siempre tan serena, tan distante, como una luna fría e intocable… Y ahora, ahí estaba, vestida con el traje de una bailarina hú, participando en un banquete en el que la princesa elegía a sus favoritas.
Tal como había imaginado, su cuñada lucía hermosa con esa ropa. Pero lo que no esperaba era que no mostrara la más mínima vergüenza. Se mantenía erguida y tranquila, y cuando la brisa le rozó la falda, esta se levantó sutilmente, dejando al descubierto unas piernas blancas como la nieve. Las campanillas que llevaba tintineaban con cada paso, llenando el aire de un sonido suave y seductor.
Ji Ruyu apartó la mirada a toda prisa, pero no pudo evitar que un pensamiento travieso cruzara por su mente: si su cuñada había llegado tan lejos solo para verla, ¿hasta dónde más estaría dispuesta a llegar?
Entonces, habló en voz alta:
—Estas chicas… siguen sin despertar mi interés.
Jiang Xu sintió un leve temblor de ansiedad. Había llegado hasta ahí, disfrazada, vestida como nunca antes, todo para verla. ¿Cómo podía rendirse ahora?
Pero justo cuando la desilusión empezaba a asomar, Ji Ruyu cambió el tono… y esbozó una sonrisa lenta y provocadora.
Por favor, introduzca su nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Usted recibirá un enlace para crear una nueva contraseña a través de correo electrónico.
Comentarios del capítulo "Capítulo 8"
MANGA DE DISCUSIÓN